Una mañana cuando despertó vio que su martillo no aparecía. En ese momento pensó que había sido su hermano Loki. Ã?ste le aseguró que los gigantes sabrían quién había sido el ladrón, declaró que intentaría descubrirlo y así recuperar el martillo, si Freya le dejaba sus plumas de halcón, tras lo que se dirigió inmediatamente a Folkvang para tomarlas prestadas. Su misión tuvo éxito y con la forma de un pájaro emprendió su vuelo sobre el río Ifing y sobre las áridas extensiones de Jötunheim, donde sospechó que encontraría al ladrón.
Allí divisó a Thrym, príncipe de los gigantes de hielo y dios de la destructiva tormenta de trueno, sentado solo en al ladera de una colina. Interrogándole astutamente, pronto averiguó que había robado el martillo y que lo había enterrado muy profundamente bajo tierra. Además, descubrió que había pocas esperanzas de recuperarlo, a menos que se le trajera a Freya ataviada como una novia.
Indignado ante la presunción del gigante, Loki regresó a Thrudvang, pero Thor declaró que sería mejor visitar a Freya y tratar de convencerla para que se sacrificara por el bien de todos. Sin embargo, cuando los Aesir le contaron a la diosa de la belleza lo que deseaban que hiciera, experimentó tal acceso de cólera que incluso su collar reventó.
Ella les contó que nunca abandonaría a su esposo por ningún otro dios, pero mucho menos para desposarse con un detestable gigante y vivir en Jötunheim, donde todo era extremadamente monótono y donde pronto moriría por la nostalgia de los campos verdes y los prados florecidos, en los que adoraba pasear. Viendo que las persuasivas adicionales serían inútiles, Loki y Thor regresaron a casa y allí deliberaron sobre otro plan para recuperar el martillo.
Por consejo de Heimdall, Thor tomó prestados y se puso los atavíos de Freya, junto a su collar, y se cubrió a sí mismo con un grueso velo. Loki, tras vestirse como una criada, montó con él en su carro tirado por sus cabras y la extrañamente vestida pareja se dirigió a Jötunheim, donde pretendían desempeñar los papeles respectivos de diosa y asistenta.
Thrym dio la bienvenida a sus invitados en la entrada del palacio, encantado ante la idea de asegurarse la indiscutible posesión de la diosa de la belleza, por la que había suspirado durante tanto tiempo en vano. Les condujo rápidamente hasta la sala de banquetes, donde Thor, la prometida electa, devoró un buey, ocho enormes salmones y todas las tartas y dulces suministradas para las mujeres, regando las diversas viandas con el contenido de dos barriles de aguamiel.
El gigante prometido observó estas hazañas gastronómicas con asombro, después de lo cual Loki, para tranquilizarle, le susurró confidencialmente al oído que la novia estaba tan enamorada de él que no había sido capaz de probar bocado durante más de ocho días. Thrym intentó entonces besar a su prometida, pero retrocedió horrorizado ante el fuego de su mirada, que Loki explicó como la mirada ardiente del amor. La hermana del gigante que reclamaba los acostumbrados regalos, fue ignorada, por lo que Loki volvió a susurrarle al perplejo Thrym que el amor volvía a la gente distraída. Embriagado por la pasión y el aguamiel, que también él había bebido en grandes cantidades, el novio ordenó a sus sirvientes que presentaran el martillo sagrado para consagrar el matrimonio cuya ceremonia acababa de iniciarse. Tan pronto como lo trajeron, él mismo lo colocó sobre el pretendido regazo de Freya. Al siguiente momento, una poderosa mano se cerró sobre el corto mango y, pronto, el gigante, su hermana y todos los invitados fueron muertos por el terrible Thor.
Dejando una pila humeante de ruinas detrás de ellos, los dioses condujeron rápidamente de vuelta hasta Asgard, donde le devolvieron a Freya los atavíos y el collar prestado. Para gran alivio de Thor y los dioses, se regocijaron por haber podido recuperar el precioso martillo. Cuando Odín contempló aquella parte de Jötunheim desde su trono Hlidskialf, vio las ruinas cubiertas por brotes aún verdes, pues Thor, tras derrotar a su enemigo, había hecho toma de posesión de sus tierras, que en lo sucesivo dejarían de permanecer áridas y desoladas para crecer en ellas fruta en abundancia.
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