martes, 24 de marzo de 2015
Historia íntima de una muñeca sexual
Un triste microcuento basado en el fotorreportaje de Vicent Kessler en un taller de muñecas de silicona francés
Hace unos días yo sólo era una masa caliente que olía a quemado y a plástico.
Sin embargo hoy las manos que me moldean confirman que mi forma será humana.
Lo sé porque tengo ojos y boca.
Lo sé porque quienes me han creado me hicieron a su imagen y semejanza, como pequeños dioses egoístas.
Pronto me di cuenta de que mi cuerpo era muy suave, muy elástico, muy voluminoso.
Si tuviera que decir qué soy me nombraría mujer, incluso si yo no sé qué significa eso.
En manos de ellos me sentía hermosa, me miraban tanto que llegué a pensar que era única, irrepetible.
No tardé en entender que aquellas personas que me fabricaban no perderían el tiempo perfllando sólo mis ojos: allí había más como yo.
Al principio éramos felices; sonreíamos recordando aquel momento en el que sólo eramos un amasijo de piezas amontonadas.
Después comenzamos a ponernos celosas las unas de las otras, ¿por qué a ella se la llevan y a mí no? ¿Por qué yo sigo calva y olvidada?
Un día fui yo la elegida, me puso nerviosa ser tratada con tanto mimo y dedicación. En el almacén se rumoreaba que una vez elegidas nos pondrían corazón, nos entregarían una vida.
Me pusieron guapa, me vistieron con ropas elegantes, me dijeron que ya estaba preparada y yo imaginé historias hermosas e interminables. Al fin, me metieron en aquella caja que me llevaría al exterior.
Estaba preparada para todo. Estaba ilusionada por todo. Mi único error fue no imaginar que aquello que me esperaba afuera era el peor de los mundos. ¿Cómo no nos habían avisado antes? ¿Por qué nadie nos había advertido sobre la finalidad de nuestros cuerpos jugosamente elásticos?
Quise volver a ser plástico.
Quise volver a derretirme.
Quise desaparecer del mundo.
Porque aunque sea de silicona, mi alma también puede sufrir
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